miércoles, 13 de mayo de 2009
Gracias Antonio
jueves, 16 de abril de 2009
Con Sinde no hay paraiso
El otro día el 8 de abril de 2009 publicaron en su Web una foto de la nueva ministra de cultura la “Sinde”. Nunca una foto dijo tanto retocando tan poco.
Aquí os dejo el imagen y el link de su web http://www.eljueves.es/2009/04/08/gonzalez_sinde_contra_las_descargas_ilegales.html

miércoles, 8 de abril de 2009
Distinto destino
y no lo sentía.
Cuantas veces te dije te odio
y no lo sentía.
Sólo se que algunas veces cuando
menos me lo esperó va el destino y
me demuestra, que entre ganadores y vencidos
yo no me encuentro entre ninguno de ellos.
¡Joder con el destino!
Creo que ya tengo bastantes enemigos.
¡No! ¿Tú también?
Me veo venir y veo que me voy.
¿Cuándo seré yo por fin él que elija mi destino?
jueves, 6 de noviembre de 2008
Mentira
Todos los años cuando cumplo diez años me prometo que será la última vez. Ya se que es difícil pero, cada año, intento que se el definitivo. Confío ciegamente en que el año siguiente será diferente.
En los días previos a mi cumpleaños me imagino cómo será tener once años, pero la realidad es dura y me recuerda cúal es mi inevitable destino. Al llegar el día… ¡Hala! ¡Otra vez diez años! ¡Joder con las matemáticas! ¡Y eso que son exactas!...
Hace unos años, el día que iba a cumplir once años, me compraron dos velitas. Eran dos números uno. Mi madre había preparado una cinta de casete que tenía grabadas once campanadas y frente a mí estaba colocado un plato con once granos de uva.
Rodeándome, como los caballeros de mesa redonda rodeaban al Rey Arturo, diez amigos. Los once querubines observamos en silencio como mi madre encendía las velas. Apagó la luz y encendió el radio casete y las campanadas empezaron a sonar.
1, 2, 3..., caían como losas, 4, 5, 6..., cada campanada un latido, 8, 9, 10 y … ¿se acabo? Nada de nada. La esperada undécima campanada no sonó. ¿Se había estropeado el radiocasete? No, ¡que va! Es que no estaba. ¿Dónde narices estaba la puñetera campanada? Probamos y probamos, y no había manera de escucharla. Mis invitados se marcharon aburridos, tras tan considerable fracaso logístico.
Me miré al espejo y entonces comprendí que nada había cambiado. Así que... ¡nada! otro añito con diez años.La verdad es que tener diez años no esta mal, pero claro, tiene inconvenientes y ya se sabe que hasta lo bueno cansa.
Un día mi profesor de quinto de E.G.B., me dio un consejo. La verdad es que no la recuerdo al pie de la letra pero bueno rezaba algo así: “Haz una lista. De lo bueno y de lo malo. Ponlo en una balanza y hacia donde se incline, ese es el camino a seguir o a no seguir.” Bueno la verdad es que creo que no era así exactamente pero la cuestión es cuando me lo contó con diez años tampoco lo comprendí. Pero pasado el tiempo comprendí lo que me quiso decir aquel profe mío, y tras sopesarlo tener diez años es muy chulo.
No paro de jugar al fútbol, por cierto, cada año mejor. En el cole los deberes los hago de memoria, así que tengo toda la tarde libre para no hacer nada. Y bueno... mi madre se ahorra en velas una barbaridad o un sueldo como dice ella. Pero por supuesto, las desventajas de esta situación florecen impetuosamente. Por ejemplo, de los amigos que tenía cuando cumplí diez años por primera vez, ya no recuerdo ni sus caras. Mis amigos van cambiando cada año y hace ya tanto de esta situación que puede ser que hasta el hijo de alguno de ellos ya tenga diez años y sea mi compañero de clase. Además cada año tengo menos fuerzas, no físicas sino mentales, por supuesto.
Hace algún tiempo me han cambiado a otro cole. Estoy interno pero no esta mal. Además el profe que tengo ahora es total aunque un poco raro. Yo creo que está un poco loco, pero es muy gracioso. Me dice que esto no es un cole y que yo no tengo diez años. ¡Es la leche el tío! Dice que tengo cuarenta y tres y que hay cositas en mi cabeza que no funcionan bien. La verdad es que no me importa lo que me diga, pero lo que sí que es cierto es que en este cole hay gente pero que muy rara. Aquí todo el mundo lleva bata... ¡hasta los conserjes! que por cierto son un montón.
Bueno me voy a preparar mi cumple que mañana cumplo once años.
ES MENTIRA (JOAQUIN SABINA)
jueves, 25 de septiembre de 2008
ExTRAÑA FERIA DE SERES Y LUGARES
En esta muestra el pintor se aproxima a los movimientos dadaístas, fauvistas o al mismo impresionismo alemán, en un obra visceral, alejada de motivaciones comerciales.
¡Pasen y vean! La feria ha llegado a la ciudad."
Así nos presentan la primera exposición de Javier Vela.
Javier, mi hermano de sangre como diría Loquillo, nos abre su corazón, su mente. Su visión del mundo nos traslada a lugares y momentos con una atmósfera propia, auténtica.
Si a un artista hay que pedirle tener estilo propio y talento, estas dos facetas fluyen como un torrente sin control en la obra de Javier.
Abrid vuestros ojos y vuestra mente, y disfrutad de esta exposición en el espacio "Antonio Saura" sede del Consejo de la Juventud de Zaragoza (C\ San Lorenzo, 9 - 3º izq) del 16 de octubre al 14 de noviembre de 2008
Lo dicho no os lo perdáis.
$alud.
martes, 24 de junio de 2008
NO ME RINDO
Como era habitual, acababa de salir de una "movidita" relación, que como todas, había acabado con gritos, lloros y amenazas. Cuando una está acostumbrada a sufrir, ser feliz es sólo un pensamiento divertido. La dinámica de mis relaciones me llevaba inevitablemente a trasladar este fracaso a mi vida laboral -y como se podrá suponer, a cualquier faceta de mí gris vida-.
Trabajando como química en un laboratorio cosmético la emoción laboral era mínima pero gracias a esa capacidad para atraer problemas, sobre todo si tenían pantalones, había conseguido que ese modesto laboratorio hubiese sufrido varios líos de faldas y hasta un escándalo de espionaje industrial.
He de explicar que no soy una mujer con una belleza exagerada, ni una hembra avasalladora que merienda hombre de cinco a siete. La cierto es que tengo bastantes defectos adornados con alguna que otra virtud. Esto último no es mío, me lo dijo la otra noche un tipo en una coctelería. La cuestión es que el iluso o ilusionista, no sabría calificarlo exactamente, me dijo: "Cariño eres una cajita de encantos envuelta en esparto". Claro está, que después de una sonora bofetada y un par de gritos y una vez que el individuo de ágil lengua abandonó mi lado, comencé a pensar en su "dulce" frase. Y así, cuando apuraba mi enésimo Margarita en aquella rutinaria noche, y justo mientras brotaba de mi diestro ojo una etílica lágrima, comprendí que nunca nadie había resumido mi ser con tan pocas palabras. Así que decidí que, por aquella noche, ya era suficiente la cantidad de alcohol ingerido.
Recogí mis capas y emprendí camino hacía mi piso. Bueno, habría que hacer una película sobre mi piso, pero claro, no es ni el momento ni el lugar. Como decía, emprendí camino hacía el refugio de mi soledad física. Al menos este tipo de soledad era soportable, la otra, la soledad con guarnición, era, gracias a Dios, pasajera. Me explico, la guarnición no es más que el tipo ese que se rasca la entrepierna acostado a tu lado dos minutos antes de empezar a eructar camino del baño. Y es que es tanta la soledad que se siente al lado de un ser creado, según se demuestra diariamente para fornicar -por cierto, bastante mal en la mayoría de los casos- y ser adorado sin mérito alguno, que a veces una se siente más sola al lado de aquel recipiente de egoísmo que si estuviese perdida en mitad del espacio.
Nada más poner un pie en la calle, tomé conciencia de la pura realidad. Estaba borracha como una cuba. Ante esta situación, una dama de mi posición social solamente puede hacer dos cosas. O se coge un taxi y vuelve a casa con la mayor dignidad intentando no molestar al vecindario, o por el contrario, se toma dos margaritas más y después de un lavado de estomago, pernocta en el hospital y a la mañana siguiente regresa a casa. Tras reñida votación salió sorprendentemente la primera opción. Pensé que era una decisión sabia y que un gramo de cordura, o quizás locura, se había alojado en mi. Pero realmente lo que ocurría es que estaba deprimida como nunca, hasta el punto de saber que el alcohol no iba a cumplir su función anestésica y cegadora con la realidad. Había tocado fondo. Es más, estaba sentada en él.
El recorrido del taxi se me hizo eterno -creo que dimos más vueltas que una noria-, pero me sirvió para ir ordenando mis ideas. Al llegar a casa, extenuada física y moralmente, me derrumbé sobre mi cama. Me alegré de estar tan cansada. No tardaría en dormirme y así evitaría que mi cabeza me machacase intentando hacerme ver todas las miserias de mi existencia. Incluso me causó placer pensar que por la mañana lo vería todo de otra manera, que las ideas no se cobijarían maliciosas entre la noche y que a la luz del día todo tomaría un cariz menos melodramático.
Lo que no esperaba era tener esa noche un sueño que creo que hasta ese momento nunca había tenido. Soñé que al llegar a casa después de estar trabajando descubría que había alguien en ella. Luego la sorpresa era mayúscula ya que la persona que encontraba no era otra sino yo misma. El otro yo que encontraba era feliz y emanaba esa felicidad sobre todo y principalmente en mí. Le preguntaba qué hacía allí y me decía que yo la había traído y que el amor que podía sentir en aquel lugar era todo el amor que yo sentía por ella. Aturdida desperté y emprendí veloz camino hacía el baño. Tras vomitar y sudorosa aun del sueño, intenté analizar el significado de ese extraño sueño. Recordé una teoría de Sigmund Freud que explicaba que todos los personajes de nuestros sueños somos nosotros mismos. Pero aquello tenía que significar algo más. Pensé que a veces la explicación a cosas fantásticas o como en este caso a sueños, se encuentra en la propia realidad.
Esta tarde mi médico me ha dado una pequeña sorpresa. Es curioso como de un plumazo ha dado con la solución a varios de mis problemas. Desde esta tarde ya no fumo, ni bebo y, por fin, no tengo que buscar unos vaqueros apretados que contengan un tío. Hoy dormiré tranquila porque sé que no tendré otra vez ese estúpido sueño y fundamentalmente porque ese otro yo que me encontraba ya sé quien es. Es esa persona que llevo dentro de mis entrañas. Es mi bebe, el único ser que querré más que a mi misma. Es curioso, que el último "capullo" que se recostó a mi lado en la cama y, que mientras daba un portazo me decía que me acordaría de él toda mi vida, me haya dado lo que más quiero. Creo que quizás y por esta vez he dado con algo bueno en mi vida.
miércoles, 25 de julio de 2007
PUEBLO BLANCO
"Colgado de un barranco
duerme mi pueblo blanco
bajo un cielo que, a fuerza
de no ver nunca el mar,
se olvidó de llorar."
Siempre que escuchaba esa canción de Serrat volvían a mi mente aquellas historias que contaba mi abuelo sobre su pueblo, tampoco sé por qué pero era así, además el paisaje ayudaba a recordarlas. Estaba en ese preciso instante pasando entre dos montañas entre las que, a modo de frontera, las cruzaba un riachuelo. Era maravilloso el color plateado de su agua. Tuve que detener el coche para admirar tan excepcional efecto. El río con no más de un palmo de profundidad llevaba una agua limpia, clara y cristalina, el fondo de éste estaba repleto de cantos rodados de gran tamaño y con un color gris de extrema claridad. Los rayos de aquel sol de primavera incidían sobre el río y las piedras agradecidas devolvían esos rayos envueltos en mil tonos de plata. Era como si fuese un río de plata líquida. Miré la hora, y como siempre, las prisas me sacaron de mis pensamientos. Si quería comenzar antes de atardecer tenía que seguir camino.
No tardé mucho en llegar al pantano que estaba unos pocos kilómetros más arriba. Aparqué el coche en un pequeño camino y decidí andar un poco en busca de un lugar adecuado para, saltándome la normativa forestal, plantar mi “canadiense” y acampar de la forma más cómoda posible. Mochila en hombro intentaba no alejarme mucho del pantano y cuando ya estaba casi seguro que aquel no era el sitio donde debía colocar mi improvisada casa, un rayo de sol que esquivaba las ramas para llegar al suelo, me mostró un maravilloso lugar entre dos centenarios chopos. Sus frondosas ramas habían protegido el suelo más cercano a ellos del agua de alguna reciente tormenta. Aquello lo convertía en un sitio idóneo.
Me enfundé mi neopreno y me dirigí al pantano que era el autentico objetivo de mi viaje, para bucear un poco y olvidarme de la monótona vida urbana que me rodeaba la gran parte del año. Ya casi no recordaba lo que pesaba la bombona de oxígeno en la espalda cuando estabas fuera del agua, así que cuando llegué a la orilla recuperé un poco el aliento. Cerré todas las cremalleras del traje y antes de ponerme las gafas abrí la llave del oxígeno de mi botella y comprobé que se podía respirar correctamente. Funcionaba todo perfecto así que sin perder más tiempo me lancé al agua. Abrazado por el agua del pantano la paz era inmensa y me sentía como si todo el mundo que conocía hubiese desaparecido y solamente hubiese sobrevivido yo. El viaje por el pantano estaba siendo tan placentero como esperaba, pero por lo visto la última tormenta en la zona había sido más fuerte de lo que yo creía porque el pantano estaba excesivamente sucio de ramas rotas y hojas. De repente, y no sé muy bien de donde, una enorme rama se puso en mi camino así que la esquivé descendiendo un poco más. La luz era escasa a esa profundidad y no me quedó más remedio que sacar la linterna. Al encenderla pude ver con nitidez a dos palmos de mí la imagen de Cristo en la Cruz. El susto por el descubrimiento me hizo respirar con dificultad y sin saber cómo se me escapó el bocado, y asustado dejé caer la linterna e intente volver a colocarlo. Al caer la linterna vi horrorizado lo que me estaba alumbrando, era un cementerio. Empece a notar como si me marease, pero... ¿qué me ocurría?. Me estaba hiperventilando, mis pulmones estaban respirando demasiado oxígeno, probablemente me había colocado mal el bocado. Eché mano a mi boca pero ya era demasiado tarde, se me nublaba la vista. Estaba perdiendo la consciencia.
Sentía un frío horrendo. Tenía el cuerpo resentido como si me hubiesen dado una paliza. Una voz celestial me pedía que me despertarse. Seguramente había muerto y estaba en el Paraíso. Hice un esfuerzo y abrí los ojos, y ante ellos apareció una muchacha que me tendía la mano ofreciéndome una manta.
- ¿De dónde has salido?
- La verdad es que no lo sé - dije entre confuso y convencido.
- Pues más te vale acompañarme, te daré algo caliente de comer.
La seguía un par de pasos por detrás, envuelto en la manta y tiritando de frío. Parecía más mayor de lo que probablemente era y se conocía el bosque como si ella misma hubiese plantado aquellos arboles.
- Perdona que sea tan curiosa pero ¿qué hacías ahí tirado?
- Creo recordar que estaba buceando y...
- ¿Buceando? ¿Dónde? ¿En algún charco?
- Bueno el río tiene... sé que sin permiso no es legal pero es que...
- ¿El río? ¿Bucear en el río? No me extraña que estés aturdido con el poco agua que baja en este tiempo...
- Bueno, no estaba exactamente en el río, pero... ¡en fin! esa no es la cuestión.
- Sí, es cierto, porque estabas tirado a cien metros de la orilla, pero ¡bah!. No me importa. ¿Cómo te llamas?
- Soy Samuel y ¿tú?
- Lucía.
Me conducía diestramente por el bosque mientras yo intentaba ordenar mis ideas cuando inesperadamente para mí, se mostró ante mis ojos un precioso pueblo enclavado en una montaña. Lleno de faroles recién encendidos, parecía como si un centenar de estrellas se hubiesen caído sobre la montaña. Respiré profundamente y a mi nariz llegó el olor de los pinos que rodeaban el pueblo y de las zarzas que acompañaban el cauce del río. Era un pueblo precioso, de esos que ya no quedan.
La noche estaba ligeramente cubierta y el terreno conservaba aun el calor que por la tarde le había regalado el sol. Lucía me dijo que esperara sentado. Me había acompañado hasta la plaza del pueblo en la que estaba reunida la mayoría de la gente. Me acomodé a la siniestra de un señor bastante serio, con un traje de pana excesivamente nuevo (se diría que lo estrenaba), y decidí intercambiar algunas palabras, pero se adelantó.
- Y tú... ¿de dónde has salido con ese traje de payaso?
Reparé entonces que llevaba puesto el neopreno y sonriendo con amabilidad contesté:
- Vengo de lejos.
- Pues vestido así tampoco creo que llegues muy lejos. De cualquier modo ¿qué buscas?
- Nada, Lucía me encontró desmayado en el bosque y me ha conducido hasta aquí. Bueno... me presentare, soy Samuel.
- Soy Jacinto, el alcalde aunque no sé por cuanto tiempo.
- ¿Y el zagal este quien es? – dijo un viejo cura con un hábito roído.
- Un forastero que aun no sé si es de fiar o no - le contestó el alcalde como si yo no pudiese escuchar lo que decía.
- ¡Y que tranquilo y bonito es su pueblo! – dije intentando hacerme el simpático.
- ¡A ver cuanto dura!.
En ese momento se acerco Lucía con una sopa de ajo y un poco de vino. Mientras yo degustaba aquella deliciosa sopa, ella les explicó dónde me había encontrado y qué estaba haciendo. Me preguntaron qué diversión tenia meterse en el agua vestido con un traje que parecía la cámara que llevaban dentro las ruedas de los tractores. Yo les intentaba explicar que era por entretenimiento. “Vaya entretenimiento de habas” dijo el alcalde entre las carcajadas del cura. Aprovechando las risas de ambos les pregunté por qué no había niños jugando. Me explicaron que se había ido mucha gente joven y pronto ellos también se irían porque el pueblo ya estaba sentenciado. No les pude entender muy bien pero hablaban sobre los de Madrid y el progreso. No entendía nada. Empezaron a discutir acaloradamente y al comprobar que me ignoraban, decidí pasear por el pueblo pese a mi atuendo ridículo.
Al estar en el monte, las cuestas eran muy pronunciadas y requerían un buen esfuerzo subir cada una de ellas. Así que me veía obligado hacer continuas paradas para recuperar ligeramente el aliento. Era divertido ver aquellas casas incrustadas en la pared de la montaña. Comprobé que la parte más alta del pueblo la presidía una cruz y decidí llegar hasta ella. Me costó llegar pero al fin llegué hasta ella, iba con la cabeza gacha para soportar mejor el esfuerzo, así que hasta que no estuve delante de la puerta no levanté la mirada. Era un puerta de hierro forjado, pensé rápidamente lo que les habría costado subir aquella puerta. Pero... ¿qué era aquello?. Aturdido por la fatiga me costó identificar el lugar. Era un cementerio, pero no era la primera vez que lo veía. Mire fijamente el crucifijo que presidía el campo santo. La cara de aquel Cristo me era conocida ¿dónde la había visto? Me estaba empezando a marear, probablemente era el cansancio y que aun estaba débil de mi peligroso y sorprendente chapuzón. Al notar como mi mirada se empezaba a nublar recordé donde había visto esa figura, y el cementerio. Había sido bajo el agua, en el pantano. Pero, ¿dónde estaba el pantano? Y lo que era peor ¿dónde estaba yo?. Caí desmayado.
Desperté confuso, junto a la orilla del pantano, por los pájaros que piaban rítmica e incesantemente. Como pude, porque mis entumecidos huesos no permitían más, me incorpore y empece a mira a mí alrededor. Todo me resultaba familiar pero lejano. Estaba junto al pantano, pero... ¿dónde estaba el pueblo?. Emprendí camino en busca del pueblo, pero no sabía donde estaba, anduve siguiendo un sendero marcado ya por otros caminantes. No tardé en llegar a un pueblo triste que estaba en la ladera de un monte. Al llegar a él, la gente me ignoraba como si mi presencia ahí fuese mentira, así que me acerqué a la primera persona que vi y le pregunte dónde estaba, me dijo que su pueblo. Estaba claro que ser ingenioso no era lo suyo, así que sin hacer caso a su respuesta, le aclaré que me refería a cómo se llamaba el pueblo, me dijo que "Pueblonuevo". Avanzábamos algo. ¿Cómo se llega al pueblo vecino? le pregunté. En coche, respondió entre sonrisas. En serio, aquí al lado hay un pueblecito muy bello que cuelga de un monte, le aseguré. Cuando el joven iba hacer otro de sus comentarios soberbios un anciano se acercó y mirándome a los ojos me dijo:
- Hijo tú eres demasiado joven para haber conocido Pueblo Blanco.
- Como que muy joven, pero si estuve...
- Ese pueblo hace más de cincuenta años que no existe. Así que es un error que lo busques. - ¿Qué pasa con la gente de este pueblo?, ¿siempre esta de broma?
- Hijo no son bromas, aquí hay lo que hay, lo coges o lo dejas. Así que ya sabes si no te gusta lo que ves coge tu coche y te vas.
La aspereza en su forma de tratarme me dolió. Decidí dar medía vuelta y no buscar más. Cuando cabizbajo salía de aquel amargo pueblo, me crucé con una muchacha. Al mirarla a los ojos no lo puede evitar y me acerqué a ella y le pregunté, ¿eres tú?, Lucía. Ella con una sonrisa pícara me dijo que no y que ese fue el nombre de su abuela. Aquello me terminó de trastornar, empecé a correr en dirección al bosque.
Al cabo de unos cien metros me detuve y razoné, todo tenía explicación. Al estar buceando no había podido esquivar aquella enorme rama y me había golpeado, a partir de allí todo había sido una alucinación influenciado por las historias de mi abuelo, la pequeña depresión que me acompañaba hacía unos días y la mala respiración al estar desmayado. Había imaginado todas esas cosas, y cuando al despertar junto al pantano había recuperado la conciencia, confundí la realidad y la ficción. El resto de cabos era sencillo atarlos. Seguramente antes había muchos más pueblos alrededor de este y por eso el abuelo decía que había un pueblo que ya no existía y la muchacha realmente no se parecía a la de mi alucinación más que en mi mente. Todo esto me tranquilizó bastante y me dirigí hacia la tienda de campaña que ahora recordaba haberla dejado cerca. Aun nervioso, cogí la mochila que estaba dentro e hice un bolo con la tienda y la arrastré hacía el coche. La introduje como pude en el maletero y respirando hondo me propuse emprender viaje hacia mi monotonía.
Antes de arrancar el coche me di cuenta que se oía un gran estruendo continuo, entonces caí en la cuenta que al despertar junto al pantano ya se escuchaba y que me había acompañado todo el camino. No me costó mucho llegar a la conclusión de que el ruido se debía a la perturba de la presa que retenía el agua del pantano. Probablemente las lluvias de la tormenta y el próximo deshielo hacía peligrar al pantano así que habían hecho abrir las puertas para que el agua corriese libremente.
Arranqué el coche y puse la radio, estaba terminando aquella canción de Serrat. Quise apagar la radio como culpando a la canción de toda mi alucinación. Pero la dejé y justo cuando la canción llegaba a su final miré hacía mi izquierda y comprobé como el nivel del pantano había bajado al menos veinte metros. Lo estaban cruzando una decena de gorriones justo por la orilla pegada a una montaña de la que sobresalía la puerta forjada de hierro con el crucifijo presidiendo su entrada y algunas lapidas oscurecidas por el agua. Era el cementerio en el que creía haber estado dos veces el día anterior. Detuve el coche ahí mismo y mientras observaba aquello que emergía ante mi mirada, comencé a llorar como un niño al que acaban de romperle un sueño.
"Si yo pudiera unirme
a un vuelo de palomas
y atravesando lomas
dejar mi pueblo atrás,
juro que me iría de aquí...
Pero los muertos están en cautiverio
y no nos dejan salir del cementerio."
